Mi inspiración para esta modalidad de Mentoring, a la que me dedico con especial ilusión, se la debo a una estupenda ejecutiva cincuentañera muy valorada en su empresa, tanto por su jefe inmediato, como por todo su equipo.

Llegó a mi hace unos años con la intención de que la ayudase a conseguir sentirse querida por sus hijos, ambos veinteañeros. Según ella, no le demostraban ningún tipo de amor. Decía saberlo porque no recibía nada de cariño, ni siquiera un beso a no ser que lo rogara. Explicaba, que no le contaban sus cosas y que no confiaban en ella.

En una primera entrevista me di cuenta de que tenía que lograr que quisieran a una inteligente mujer como pocas. Era generosa, cariñosa y llena de amor que dar, aunque según ella, no lo recibía de quien más lo deseaba. Estaba muy claro que algo no cuadraba.

En nuestra primera sesión escuché cómo una triste y cansada mujer narraba su paso por una niñez sin cariño y excesivas responsabilidades. Le siguió una juventud llena de oportunidades tras una exitosa carrera que nunca fue valorada por su familia. Daba y daba, y sin embargo seguía sin sentirse querida ni correspondida. Nunca se había dado permiso para ver quién era ella realmente, y acabó siendo la mujer que los demás le dejaron ver.

Debía devolverle su amor propio y enseñarle lo que realmente estaba encubierto detrás de una enorme falta de autoestima.  Muchas sesiones de mentoring y ocurrió. Empezó a brillar con luz propia cuando entendió que debía poner algunos límites sanos en su vida y en la de los demás. Fue un aprendizaje progresivo y delicado, sin prisa, pero sin pausa.

Esos límites saludables, sanos y especialmente necesarios, la liberaron para poder ser ella misma y como consecuencia, la madre a la que sus hijos no tardaron en abrazar, besar y confiar. Y fue desde el mismo momento en que ella empezó a quererse, cuando de repente entendió que ellos, realmente, nunca habían dejado de hacerlo.

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