Creo sinceramente que la propia experiencia es una valiosa herramienta para ayudar a los jóvenes a superar los momentos difíciles que surgen en sus vidas. Si quieres entender lo que sienten, nada como haberlo sentido tú antes, y si quieres que acepten que algo vale la pena, nada como podérselo demostrar.

Después de un período escolar bastante exitoso nunca tuve la menor duda de que estudiaría una carrera que me permitiera enseñar y reconozco que el buen hacer de algún profesor tuvo mucho que ver en ello. Estudié la licenciatura de Pedagogía, y posteriormente me especialicé estudiando un máster en Logopedia. Trabajé como logopeda en un colegio y ejercí en un despacho privado. Me casé y nacieron mis tres hijos, fuente constante de inspiración e importante proyecto de dedicación. Y entonces cambié mi rumbo profesional de la terapia a la docencia. Fueron 12 magníficos años en una escuela universitaria de magisterio en los que dediqué todos mis esfuerzos a enseñar a futuros enseñantes y coordinar sus prácticas en los colegios. Cuando mi hijo pequeño cumplió 3 años, mi inquietud por el conocimiento de nuevos campos me llevó a la decisión de aceptar un nuevo reto profesional que me proporcionaría mayor bagaje en mi formación, y me dediqué a la gerencia, dirección y gestión educativa en el ámbito público.

Y llegó el momento en que comprendí que todo ese recorrido como reeducadora, docente y gestora educativa cobraba sentido convirtiéndose en una sólida base de conocimiento y experiencia sobre los que materializar y construir un precioso e importante proyecto laboral: el Mentoring de adolescentes.
Como mentora disfruto al dirigir el aprendizaje haciéndolo

fácil y eficiente, utilizando las técnicas más apropiadas y tratando todo el proceso como una importante actividad de crecimiento personal. Digamos que se me pasan las horas sin darme cuenta, equilibrando adolescentes. Me motiva ayudarles a encontrar esa motivación perdida que no surge de la nada, e impulsarles a aprender a hacerlo.
Sé que es lo que quiero hacer y siento claramente que es lo no puedo no hacer. Sé que quiero que los jóvenes adolescentes descubran la importancia de los valores y que encuentren los suyos propios, los que les muevan a tomar las mejores decisiones para que poco a poco asuman el control de sus vidas; y al mismo tiempo servir de guía para unos padres que en algún momento dejaron de conectar con sus hijos y necesitan recuperarlos desde el amor, la paciencia y la comprensión. Siento que este es el momento.

Mi misión es inspirar a los jóvenes para que brillen motivándolos hacia un claro objetivo: potenciar al máximo una capacidad y un talento que en bastantes ocasiones ni tan siquiera ellos saben que poseen. Y es hoy, desde el mentoring, a través sus constantes aportaciones y un renovado aprendizaje, desde donde con ilusión y convicción, continuaré trabajando a partir de mis propios valores para lograr contribuir, directa o indirectamente, en las urgentes y necesarias reformas de nuestro sistema educativo encaminadas a fomentar una juventud libre, capaz de elegir y de tomar sus propias decisiones; formada en valores sólidos y fuertes principios, y donde el esfuerzo por conseguir lo que uno desea tenga valor en sí mismo. Y todo ello para que los jóvenes puedan sentir su auténtico presente y creer firmemente en un futuro por el que vale la pena vivir.

MANIFIESTO

SUPERANDO MIEDOS

El abandono y fracaso escolar entre los 14 y los 16 años de edad junto con la crisis de valores que está experimentando la sociedad en general, no sitúa a los jóvenes en el mejor de los escenarios. Mi experiencia en gestión educativa me lleva a afirmar que la educación en general necesita un cambio estructural que adapte cada vez más los contenidos curriculares a la realidad social en la que vivimos. Hay que capacitar a los jóvenes para trabajar en proyectos de equipo y fomentar cada vez más la resolución de problemas y la creatividad. No podemos obviar la existencia de las inteligencias múltiples y tampoco podemos ignorar la importancia de potenciar el desarrollo del talento.

Mientras esto sucede, y nos adaptamos al cambio, muchos jóvenes adolescentes tiran la toalla sin valorar todas sus posibilidades, afectando gravemente a la estabilidad familiar. Junto con los padres, los profesores también se ven superados por los constantes cambios del sistema educativo, y carecen de recursos específicos, conocimientos y sobretodo, de tiempo para atacar el problema que se va agravando progresivamente. Todo ello acaba afectando fundamentalmente a un adolescente que, debido a la falta de las herramientas necesarias para enfrentarse a la situación, se deja arrastrar por la apatía y tiende a abandonar.

Aunque todas estas palabras suenan muy fuerte, no dudo en afirmar que así es el panorama inicial con el que me suelo enfrentar al empezar el mentoring con cualquier adolescente. Sus padres están asustados pero él lo está más, aunque nunca lo demuestra ni se le ocurre decirlo. Es adolescente y por ello es un futuro adulto en construcción. Muchos padres harían bien en retroceder bastantes años y plantarse en esa etapa de su vida en la que lo sabían todo y no sabían nada, ¿o no es así? Es lógico que los padres no le comprendan y seguro que todo lo que hacen lo hacen por su bien. Sin embargo no funciona.

Y ahora viene lo mejor, y es que pequeños cambios producen nuevos pequeños cambios y de forma progresiva y paciente, las piezas del puzzle van tomando forma y la figura encaja.
Cuando entro en casa de una adolescente por primera vez, no deja de pasar por mi cabeza siempre el mismo pensamiento – ¿por qué no habré llegado un año antes? – el año en que iba a empezar cuarto de la ESO y no primero de Bachiller, el año en que iba a elegir su futuro universitario y no cuando hemos de buscar otra carrera ya que su primera decisión no fue acertada, el año en que cumplió 10 años y sus padres empezaron a darse cuenta de que perdían la autoridad y no había límites claros, y no a los 11 cuando lo expulsaron 3 días por mala conducta en el colegio. Hay padres que nunca han tomado alguna medida cuando surge el problema, pero otros sí, llegando a agotar todas sus posibilidades conocidas: alguna sesión de terapia sin constancia suficiente, clases particulares, academias etc. Pero da igual el momento que sea, siempre es perfecto si tomamos consciencia de la situación y nos ponemos en marcha para cambiar las cosas, así evitaremos que se pierda el control y que el problema siga creciendo.

A través del mentoring entro en el hogar y en el centro escolar, trabajando en el contexto global que rodea la vida y día a día del adolescente, y que siempre influye, directa o indirectamente, en su progreso académico y personal. Intervengo profesionalmente cubriendo directamente esa necesidad. Asumo la responsabilidad de implementar un programa de trabajo académico adaptado a las necesidades cognitivas y emocionales del adolescente, profundizando en su personalidad en desarrollo y detectando sus aptitudes y áreas de mejora. La finalidad es lograr que razone mejor y aprenda a sentir mejor. Solo así podrá actuar y tomar decisiones para acabar llevándolas a cabo con compromiso y determinación, y ahí es cuando hemos logrado direccionar e impulsar todo su talento. Ahora es

cuando el adolescente tendrá una sensación de control sobre lo que le ocurre en relación con sus estudios, que le proporcionará confianza en sí mismo y en sus expectativas de cara al futuro. Evidentemente su éxito requerirá de esfuerzo, pero será capaz de encontrar la motivación y el compromiso gracias a un proceso gradual de sensación del propio valor y de elevación de la autoestima.

El proceso no será fácil, y como mentora requeriré el compromiso de los padres del adolescente. Su implicación en el proceso será básica y muy necesaria. Su confianza me permitirá pautar las herramientas de trabajo necesarias para reorganizar la situación, y poco a poco, acabarán tomando las decisiones más adecuadas para el desarrollo global de su hijo.
Como mediadora entre el centro educativo y la familia, y a través de mis visitas y contacto con el tutor del adolescente, lograré acuerdos satisfactorios y necesarios que repercutirán directamente en el beneficio del adolescente y que acabarán proporcionando la tranquilidad que la familia necesita.

Aceptar que no me basto como padre, y que mi hijo adolescente necesita urgentemente un acompañamiento dirigido en el que confiar su crecimiento personal y su progreso académico, no es un paso fácil; pero tampoco es un fracaso desde el momento en que podemos reconducir la situación y abordarla con valentía y de manera constructiva. Superados los miedos todo habrá valido la pena.

Y una vez puestos a la acción, todo empieza en el minuto en el que se establece un pacto de adherencia entre el adolescente y su mentora, donde se acepta desde la humildad y la voluntariedad la función que va a corresponder a cada uno.

Sin ello, mejor no empezar…

¿NOS PONEMOS EN MARCHA?

 

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