Fue hace unos días, cuando mi hijo de 16 años me enseñó un escrito que trajo del colegio y que tenía que analizar y comentar. Pertenecía al célebre filósofo y pedagogo José Antonio Marina. Hablaba de la motivación y la dividía en 2 tipos, una sentida, que es energía que lanza hacia la acción, es amor y pasión; y otra pensada, que debería dirigir a la primera pero que no tiene fuerza en sí misma. ¡Cuánta verdad! Eso es justo lo que pasa cuando se intenta razonar con un hijo adolescente diciéndole que si estudia una hora y media cada día aprobará y sin embargo no funciona, no lo hace. Cualquiera concluiría al instante en el hecho de que el chico no está suficientemente motivado.

Pues bien, estar motivado, en demasiadas ocasiones, no surge de la nada, hay que aprenderlo y debemos reconducir la emoción trabajándola curiosamente desde la razón. Así surge la necesidad de conseguir el equilibrio entre motivaciones. Los educadores deberemos dirigir la acción a la consecución del deseo. Primero se establecerá lo que me gusta llamar un pacto de adherencia entre el adolescente y el mentor, donde se acepta desde la humildad y la voluntariedad la función que va a corresponder a cada uno. Sin ello, mejor no empezar. Segundo deberemos encontrar lo que el británico Ken Robinson, educador y conferenciante, denomina el elemento, la pasión que va a proporcionar la energía suficiente. Y tercero, tocará superar algunos obstáculos hasta llegar a la meta deseada. Entrenaremos el hábito de estudio que nos ayudará a potenciar el valor del esfuerzo personal. Y aunque parezca difícil, curiosamente al convertir la acción en hábito el proceso se desarrollará progresivamente con mucha facilidad y casi sin esfuerzo.

El mentor dirigirá el aprendizaje haciéndolo fácil y eficiente utilizando las mejores técnicas, y tratando todo el proceso como una importante actividad de crecimiento personal.

Como ejemplo de lo explicado, concluiré con uno de mis personajes favoritos de la película Kárate Kid, que espero que recuerden. Era el señor Miyagi, interpretado por el actor Pat Morita que daba vida a un sabio mentor donde los haya, cuyas famosa palabras, aparte de “dar cera y pulir cera” fueron el equilibrio se aprende, el equilibrio es la clave. Todos admiramos entonces su natural maestría al utilizar técnicas de acción cotidiana y convertirlas, a través de un entrenamiento del hábito, en excelentes e indispensables habilidades para triunfar en artes marciales.

Y así, el señor Miyagi, equilibrando a Daniel, un joven y rebelde adolescente, consiguió focalizar su energía, forjar la fuerza de su carácter y motivarle hacia un claro objetivo: potenciar al máximo una capacidad y un talento que tan siquiera él sabía que poseía.

(Artículo publicado en revista ENKI, nº23, extra de verano 2016)