Para muchos la palabra ‘mentor’ nos evoca inmediatamente a tiempos antiguos en los que un adulto, utilizando como herramienta su propia experiencia, guiaba y aconsejaba a un joven adolescente durante el proceso de su desarrollo hacia la edad adulta. Creo que hay palabras que nunca deberían de haberse dejado de utilizar por su fuerza significativa; y de hecho hoy en día, tanto en el ámbito laboral como en el universitario, han vuelto a resurgir.
Si tuviese que explicar en lo que tarda un ascensor en llegar al último piso –elevator pitch– qué significa el Mentoring de Adolescentes diría: mi meta es lograr que el adolescente, al descubrir sus propios valores y conocer su potencial, empiece a confiar en sí mismo hasta comprometerse a conseguir su mejor versión, alcanzando así mis objetivos principales: su mejora académica y su crecimiento personal.
Gracias a que dispongo de más espacio, y que esto no es ningún ascensor, explicaré cuáles son desde mi punto de vista los tres aspectos del mentoring que considero más relevantes.
El primero es la importancia de ser aceptada por el adolescente, lo que llamo conectar. Cuando entro en su hogar, en su habitación, en ‘su territorio’, sé cuándo empieza nuestra “charla” pero no cuánto va a durar. No acaba hasta que una sonrisa, un apretón de manos, o un ‘quiero que vengas’, se produce. Conseguir su voluntariedad es saber que me acepta y que puedo iniciar un proceso de intervención para lograr equilibrar su desarrollo personal y académico, ambos frágilmente dependientes. Será importante que él sepa cuáles son sus valores y sus aptitudes, y que llegue a tener el valor suficiente para ponerlos en marcha. Entrenaremos el hábito de estudio a través de la acción y comprenderá que sin esfuerzo no hay recompensa. Todo ello es tan importante como el segundo aspecto, que sus padres confíen en mí, para así iniciar un proceso de transformación que conllevará tiempo y paciencia. Ser unos padres consecuentes, que tienen sus ideas claras, será fundamental para conseguir la seguridad necesaria en la educación de su hijo.
A los padres nos cuesta mucho aceptar que en ocasiones nos equivocamos con nuestros hijos y, sin embargo, deberíamos comprender que es parte de la vida, y que pedir ayuda es algo natural que permite que donde ya no podemos respirar, entre por fin aire con nuevas perspectivas y esperanzas. Además, se trata de ayudar a quien más quieren en la vida y por ello se convierte en un puro acto de amor.
Mi trabajo se realiza desde el más absoluto respeto a los valores de la familia y desde la más absoluta confianza. Al pautar procesos de cambio en la conducta del padre se producen cambios en la de su hijo. Por ello, concienciaré a la familia de la necesidad de evitar aquellas conductas que una y otra vez han obtenido las mismas infructuosas respuestas, como los aburridos sermones; y nos centraremos en lo realmente importante: aprender a escucharle para poder actuar y estar ahí.
Los padres también fuimos adolescentes, pero o nos hemos olvidado, o solo nos acordamos de la mejor de nuestras jóvenes versiones. Somos un ejemplo para nuestros hijos. Gastamos palabras y palabras, pero nuestros hijos se nutren de nuestras acciones.
Y el tercero, mi principal herramienta: la mediación. Las personas no somos partes sino un todo. Es básico trabajar de forma coordinada con el tutor del adolescente y con todos los profesionales o personas que de forma directa o indirecta influyen o participan en su vida y su desarrollo.
Y por supuesto, mucho amor, dedicación y paciencia.
(Artículo publicado en revista ENKI, nº27, Año 2017)