A nadie le parecerá extraño que yo diga esto, sin embargo, si lo es lo poco que nos damos cuenta los padres de que en demasiadas ocasiones nosotros somos la principal causa de la dependencia, inmadurez y falta de autonomía de nuestros propios hijos.

Muchos de nosotros nos justificaríamos apelando al miedo que nos produce nuestra escasa capacidad para adaptarnos a la rápida transformación del mundo que nos ha tocado vivir y que nos produce cierto vértigo soltar a nuestras indefensas criaturas de la mano. Nos asusta demasiado la falta de control que podemos tener sobre el futuro más inmediato. Aunque en cierto modo sabemos que alargarles la infancia y sobreprotegerles no es la solución, ya que tarde o temprano ocurrirá. Saldrán y se lo encontrarán.

Yo no digo que traer un hijo a este mundo, así como hoy están las cosas, no sea un acto de valentía, pero sobre todo debería ser un acto de responsabilidad. Quererle no es sobreprotegerle ni preocuparte constantemente; es protegerle y ocuparte que son dos cosas muy distintas.

Quizás te ayude saber que lo primero de todo para dejar de hacerlo es ser consciente de que lo hacemos y sobre todo que él o ella sabe que lo harás y sabe cómo hacer que lo hagas. Te conoce bien, porque lleva observándote toda su vida. Y te voy dar un ejemplo claro que te ayudará a ver que tu hijo está más que listo para enfrentarse solito a los problemas que le presenta la vida, y a tomar decisiones, buenas o no tan buenas, que le harán crecer y madurar. Por ejemplo, un día trae una mala nota y tú le riñes, ya que está claro que no ha pegado ni sello; él de forma inmediata, intuyendo por tu amarga expresión facial que la cosa pinta mal, empezará a desviar tu atención utilizando un sinfín de argumentos que te alejarán del tema en cuestión con una habilidad asombrosa. Te dirá que el examen no se lo esperaba así, que era muy complicado y que muchas cosas que preguntaron en realidad no entraban, que el profesor le tiene manía y que siempre le puntúa por debajo de lo que se merece ya que a su amigo le ha puesto mejor nota y su examen aún era peor que el suyo … etcétera, etcétera, etcétera. Pues ya lo ha conseguido. Tú ya has dudado y él ha logrado su objetivo. Ya te ha pasado por la cabeza como mínimo escribir un correo a este profesor. Y fíjate, tu hijo de ser un irresponsable ha pasado a ser una víctima y tú dejaste de ejercer tu autoridad para acabar desconfiando de todo el sistema educativo.

No te culpo, ya que es tan grande el deseo que tenemos de creerles que hasta deseamos escuchar esas palabras que nos llevarán a pensar que ciertamente no se ha hecho justicia con nuestro indefenso hijo.  Pero a la larga y al repetirse demasiado esta situación, tu sentido común te lleva a la certeza de que verdaderamente la cosa no va. Entonces, agárrate a esa certeza y no la dejes escapar para exigir a tu hijo lo exigible, que es demostrar al máximo de lo que él es capaz, ni más ni menos.

La sobreprotección le hace débil, le lleva a creer que se merece todo solo por el hecho de haber nacido y no soporta el fracaso ni la negación hacia sus deseos. No acepta la frustración y por ello no puede avanzar.

Quiérele y no lo sobreprotejas, simplemente protégelo estando a su lado cuando te necesite.

(Artículo publicado en ENKI Mallorca, Nº 29 Año 2018)

 

 

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