El otro día oí decir a una preocupada madre que su preparadísima hija de 20 años se sentía nada más y nada menos que muy mayor. Comentó que no paraba y que estaba muy estresada. Ella, como muchos jóvenes, había perdido la capacidad de sentir la vida al pasar por ella con el acelerador a toda pastilla.

Quién no ha sentido alguna vez el calor reconfortante de un abrazo, la ternura de una dulce mirada, la sensación de desahogo al confiar en un buen amigo, el dolor profundo ante la tragedia sufrida por un ser querido… ¡Sentir nos hace humanos! Debemos aprovechar la infancia de nuestros hijos para enseñarles a sentir los momentos importantes de cada día, respetando su edad, ayudándoles a gestionar sus emociones y sobretodo evitando sobre-estimularles. La intención es evitar que caigan en la vorágine de la vida moderna sin las suficientes herramientas para mantener el control de sus vidas y ayudarles a lograr un equilibrio saludable.

¿Levanto a mi hijo con tiempo para desayunar y asearse? ¿Llega al cole con tiempo para entrar relajado? ¿Merienda tranquilo o jugando antes de continuar con otra actividad? ¿Combino su actividad extra-escolar de forma equilibrada con los deberes escolares? ¿Evito baños o duchas rápidas y cenas exprés? Evitemos que nuestros hijos lleguen a la adolescencia siendo consumidores de comida rápida emocional por sobre-estimulación. Que no crezcan sin tiempo libre y sin posibilidad de aburrirse para poder auto-motivarse siendo creativos. Que puedan disfrutar comunicando sus sentimientos en cada tiempo de comida o cena familiar, y que cuando sean mayores no tengan que poner freno asustados para detenerse a ver la vida y tener que aprender a sentirla.

No olvidemos que antes de ser padres fuimos hijos y eso es una fuente de sabiduría muy importante para poder ponernos en su lugar y así ayudarles en su crecimiento y desarrollo personal.