El otro día llamó mi atención una frase atribuida a una de las personas que admiro en este mundo, el tenista Rafael Nadal, que decía algo tan simple como que si algo funciona no lo toques, y si no funciona, cámbialo. Un claro mensaje de alguien que en su magnífica trayectoria deportiva ha demostrado una alta capacidad racional y emocional.

¿A qué se corresponde entonces la necesidad de tanto cambio cuando se habla de educación? ¿Es que en nuestro sistema educativo ya nada funciona? Parece como si cansados de tanto esfuerzo por la falta de motivación del alumnado, se hubiese sucumbido a la influencia de extrañas corrientes que confunden nuestros valores al centrarse exclusivamente en la búsqueda de la felicidad, cayendo entonces en un exceso de simplificación.

Lo que resulta más preocupante de todo este asunto es el desequilibrio y la falta de rigor científico. Cierto es que hoy no es ayer, pero muchas personas de valor, preparadas por un sistema educativo que hoy sin tapujos se estigmatiza como fracasado; son realmente las que tienen que estructurar un cambio y basarlo en las necesidades que demanda nuestra sociedad desde una base que ya existe, y que debería ser el cimiento de una innovación equilibrada.

No nos engañemos y aceptemos que han cambiado muchas cosas y muy rápido; pero seamos conscientes de que se trata de un problema de metodología y no de contenidos educativos, y tristemente y sin lugar a dudas, de valores.

Todos estaremos de acuerdo en que hemos progresado mucho en el ámbito de la atención a la diversidad, y eso nos ha hecho mejores profesionales para poder abordar las necesidades personales de cada alumno permitiéndole llegar hasta donde su esfuerzo y sus capacidades le lleven. Pero también habremos de aceptar que un exceso de sobreprotección, a través de ciertas medidas implantadas en nuestro actual sistema, alejan a los estudiantes de la puesta en práctica de dos de los valores indispensables que necesitaran si pretenden conseguir sus metas en la vida: el esfuerzo y el compromiso.

Hechos como que un alumno pase de la etapa de Secundaria a Bachiller con dos asignaturas suspendidas o plataformas informáticas que redondean automáticamente las notas del alumno a partir de un 4.6, son claros ejemplos de lo que digo.

Valdría la pena aceptar que un triste día se cometió el error de prolongar la edad de obtención de un primer título a los 16 años en vez de a los 14, y ello con la posibilidad de repetir hasta en dos ocasiones pudiendo cumplir 18 años sin haber conseguido nada de nada.

Impulsar políticas educativas que trabajen e inviertan en una Formación Profesional DUAL sólida y de calidad, significaría cambiar y avanzar en necesarias soluciones para personalizar y atender mucho mejor a la diversidad del alumnado. Lejos de lo deseado está rebajar hasta límites inaceptables los objetivos mínimos educativos que devalúan la calidad del sistema y alejan al alumno de cualquier tipo de compromiso. Además, gracias a los itinerarios que permite el actual sistema educativo, cualquier alumno al que más tarde le surgiera la necesidad o la posibilidad de obtener un título universitario, podría esforzarse y hacerlo.

Estamos moralmente obligados a preparar a conciencia a los futuros jóvenes de un país desarrollado del siglo XXI, y nadie mejor que nuestro tenista Nadal para rendir homenaje a una frase que yo nunca dejo de repetir: sin esfuerzo no hay recompensa.

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