Para ser padre nadie nos pide un carnet, se es y punto. Sin embargo cuando ocurre, algo se producirá  en nosotros que de forma instintiva nos impulsará a proteger a nuestro hijo durante toda la vida. Esa protección resulta fácil cuando se trata de un niño, pero cuando nuestro  hijo crece y entra en la adolescencia la cosa se complica, ya que de una forma natural empieza a luchar por ampliar los límites y romper barreras para conseguir lo que su mente y cuerpo le demandan: más libertad.

Y ahí empieza a complicarse la historia. Nosotros pensamos como adultos y él como adolescente, nosotros le razonamos y él no escucha, nosotros le decimos lo que va a pasar con su conducta y él se rebela y se atreve a decirnos lo que va a pasar si seguimos así …  y aunque hablamos de una etapa que no tiene porque durar mucho, se nos hace eterna y nos liamos, no nos detenemos a valorarla y trabajarla porque normalmente no tenemos tiempo para atenderla.

Pero no siempre es así, ya que pese a todo hay padres que se resisten a pensar que sus hijos adolescentes forman parte del 15% de la población de más de 13 años que es altamente conflictiva y saben, y así lo creen, que aunque la situación se les puede haber ido un poco de las manos, se trata de una pequeña crisis de alta intensidad que con un poco de sensatez y compromiso tendrá arreglo. Pero sobretodo son conscientes de que habrá algo que necesitarán para dar un giro radical a la situación: una buena dosis de tiempo.

Una madre me relató lo que había llegado a hacer, desesperada por conseguir que su hijo adolescente de 16 años se separara de las malas compañías que eran la causa principal de sus malas calificaciones y peor conducta, y que se centrase en sus estudios . Cansada una y otra vez de hablar con todos los profesores y sin obtener resultados, decidió  cambiarlo de centro escolar.  Siendo consciente de que después de clase volvería con facilidad a juntarse con los causantes de que su vida se estuviera yendo al traste, los padres tomaron la decisión de cerrar su casa e ir a vivir a un pueblo durante dos años, alejados de su ciudad.

No importaron los madrugones de toda la familia para llegar al trabajo y a la universidad, ni el frío del invierno, ni vivir en una casa alquilada, ni perder la cobertura a internet una y otra vez, para que finalmente el  protagonista de esta historia les recordara lo horribles que eran y lo poco que le querían. Evidentemente él era víctima de un complot y sus padres se habían vuelto locos.

En fin, en dos años y con algunos baches por el camino, su hijo aprobó bachiller, la selectividad y hoy está en la universidad. Tras la vuelta a su hogar y aunque acabaron agotados, lograron el objetivo. Su hijo aún hoy sigue algo enfadado pero sin duda habrá un antes y un después de esta experiencia en la que sus padres invirtieron mucho tiempo y mucho amor.

 

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