Alguien pensará que este título es una exageración, pero es que cuando digo escuchar no me refiero a escuchar sin más, me refiero a poner verdadera atención para conseguir una comunicación efectiva.

Es fácil y lógico que como padres caigamos en el error de seguir los modelos de comunicación ya utilizados durante nuestra adolescencia creyendo que si entonces fueron buenos deberían de seguir siéndolo ahora; sin embargo a la hora de obtener resultados con nuestros hijos, no funcionan. ¿Dónde está entonces el error? Realmente no se trata de un error, sino del momento vital en que lo evaluamos y valoramos. Cuando somos adultos formados, preparados y padres de un adolescente, es cuando lo hacemos. No se nos ocurre volver atrás y pensar en nuestra adolescencia, en nuestro momento de empezar a crear nuestro propio mundo, el nuestro y no de nuestros padres, con nuestra propia personalidad, en el que deseábamos lograr esa parcela de independencia que un día sería completamente nuestra.

Quedarnos en nuestro papel de padres, que no es para nada menospreciable por todo lo que ello implica, en ocasiones no nos permite ver más allá y poder adentrarnos,  ya desde la pubertad, en el universo de ese futuro adolescente que se nos escapa cada día un poco más, y al que llega un momento que dejamos de entender casi por completo agarrados a una simple lógica que esperamos, una y otra vez, que sea también la suya.

Para lograr acercarse hay que lograr escucharle, y para ello existe una forma: aprender a hacerlo.

El arte de escuchar a un adolescente tiene sus trucos. Lo primero es ser conscientes de que no le escuchamos y de qué es lo que hacemos nosotros cada vez que nuestro hijo nos cuenta algo; y en el caso extremo de que ya no nos cuente nada y debamos preguntar para saber, deberemos ser conscientes de cómo le preguntamos las cosas. Lo segundo, es que escuchar necesita un espacio y un momento y evitaremos estar distraídos con otras cosas. Y tercero, durante la conversación evitaremos ir de padres que antes fueron adolescentes,  y pese a que le veamos venir, dejaremos que fluya la conversación hasta el final.

Si tu hijo te cuenta o pregunta algo que no te gusta, como un suspenso, quiere salir hasta tarde o quiere una moto y no quiere esperar al coche; primero deja que acabe de exponer todos sus puntos de vista, no le cortes  y ten paciencia durante la exposición. Cuando te toque a ti, no vayas de víctima nunca, no debes intentar manipularle con tus emociones ya que no son las suyas, son las tuyas, y no puede sentirlas como tú. Piensa si realmente lo que te preocupa es lo que te hace sentir a ti y deseas que se sienta culpable, porque no funciona en este momento de la vida de tu hijo, ya que no permitirá que le hagas culpable de tus sentimientos aunque tú no tengas la culpa de las malas noticias. Habrá que abordar el asunto directamente y hacerle reaccionar  buscando soluciones al respecto. Evita enfadarte hasta el punto de despreciarle. Lo que hay que despreciar es el hecho en sí, ya que pese a todo tiene la intención de contarte o pedirte algo complicado. Procura dejar que te cuente la historia de quien sea aunque tengas ganas de sentenciarla, no lo hagas y razona las conclusiones.

Escuchar no es para nada hacer lo que ellos quieren, son adolescentes y nos necesitan para medir las consecuencias. Escuchar es simplemente estar ahí.

(Artículo publicado en revista ENKI, nº26, edición extra de verano 2017)

 

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