Desde el positivismo más absoluto, que es el que me inspira a creer cada día más en lo que hago y a lo que me dedico, me creo en la obligación de detenerme a analizar a esos padres que entran en un total desespero cuando se hallan desbordados al educar a sus hijos adolescentes, en los que de forma casi inconsciente; habían depositado todas sus esperanzas y expectativas sin pensar ni un solo momento que tan solo eran las suyas.

Hablo de padres que agotados de tanto luchar, llegan a tener pensamientos tan tristes e insanos como desear no haber tenido hijos nunca, imaginándose en una madurez liberada de esos ingratos quinceañeros disfrutando de una paz absoluta y tranquila. Sufren mientras dura ese pensamiento que evidentemente pasa, aunque no deja de estar ahí más del tiempo deseado.

¿Qué es lo que ocurre? ¿Sus hijos ahora son otros? ¿No saben educarlos cuando las reglas están claras? ¿Es culpa suya o de la sociedad actual? ¿Quién tiene la culpa? Quizá son demasiadas las preguntas y demasiadas las posibles respuestas. No se trata de culpables sino de creencias, percepciones y muchas frustraciones. Los adolescentes de hoy no son los de ayer, pero los adultos de hoy tampoco lo son. Hemos cambiado todos y ha cambiado mucho todo en muy poco tiempo. Lógicamente los padres viven actuando según sus propias creencias, resultado de la educación recibida, y se topan con las nuevas tendencias y teorías educativas que en la mayoría de las ocasiones, les resultan demasiado alejadas de lo que su propia mente alcanza comprender y les permite aceptar. Parte de la culpa de todo esto está en alejarse del equilibrio que facilita la coherencia y el buen hacer.

La adolescencia no es algo nuevo ni eterno, aunque hay que reconocer que es una etapa que se ha alargado más de lo que nos gustaría. Nos damos cuenta de cuando empieza pero no sabemos cuándo va a acabar. Las dificultades académicas, el ocultamiento de la verdad, los intentos de saltarse la autoridad, la no tolerancia a la frustración, la inmadurez, el deseo de libertad sin responsabilidad… no son aspectos nuevos del adolescente, ya existían en la época de sus padres. El drama se produce cuando el problema parece perpetuarse y se manifiesta con demasiada intensidad como consecuencia de no haber actuado a tiempo.

Cuando esa adorada niñez estaba llegando a su fin hubo un momento en el que no reaccionamos a una pubertad que daba los primeros indicios de ser revolucionaria. Entendimos mal donde aplicar los topes y marcar los no. Con la necesidad de seguir sintiendo sus muestras de afecto y cariño… confundimos un te lo permito por amor con por amor no te lo puedo permitir. Y cuando van dos o incluso tres años desde un mal comienzo un padre cree que ya no hay vuelta atrás. Desea tanto tirar la toalla que pierde incluso el sentido común tan necesario en un momento de confusión de sentimientos y cansancio.

Aún no es un adulto y la adolescencia nos ofrece una segunda oportunidad. Ahora serénate y respira. Tu hijo necesita sentir tu seguridad y tú deseas confiar en él. Tu hijo necesita aprender a tomar decisiones responsables y tú deseas que las tome. Tu hijo te necesita más que nunca y tú a él. Tú también puedes aprender a equilibrar todo lo que os está pasando, paso a paso, desde el convencimiento de que existen efectivos recursos y herramientas para retomar la relación con él, al que verdaderamente quieres y por ello quieres y te comprometes a educar.

(Artículo publicado en Revista ENKI, nº 25, Año 2017)